[Fragmentos de un sueño - Guadalajara, Jalisco, 4 de septiembre de 2013]
Luego decidíamos seguir el camino, pero en esta ocasión, siguiendo la ruta que había tomado Hilda, el río. […] El destino, parecía que iba a ser Neza.[…] Resulta que estábamos como en una terminal egipcia de autobuses, tren o aeropuerto y que habían confundido el coche con un taxi, yo ni me enojaba aunque lo consideraba absurdo, y lo que hacía era tranquilizarme y ya, volverme a subir al coche, pero luego era bien difícil cerrar la cajuela otra vez. Había como despensa. papel de baño, jabón, sopas y también había herramienta para coche. Parecida a una que estaba tirada en la calle.[…] y resultaba familiar porque era ya en Neza, en Carmelo Pérez, de Av Texcoco a Pantitlán. Cambiaban lugares y una vez que lo hacían como que el sueño cambiaba mientras yo me perdía en pensamientos sobre el camión, las familias y los amigos "distantes". De pronto estaba en una como reunión en otro lugar, desconocido, pero que parecía como un patio o jardín ahí cerca de donde se bajaban a intercambiar lugares la familia. […] recibía una llamada de mi mamá:
-Bueno?26-27 de junio de 2014, era 26 en la noche pero aquí ya amanecía el 27… Señales cruzadas…cuando es y no es, cuando sólo cobrarían sentido en un mundo ultrahumano [hoy].
-Hola Isra, tu papá murió.
Yo soy Ubik. Antes de que el universo existiera, yo existía. Yo hice los soles y los mundos. Yo cree las vidas y los espacios en que habitan. Yo las cambio de lugar a mi antojo. Van donde yo dispongo y hacen lo que les ordeno. Yo soy el verbo, y mi nombre no puede ser pronunciado. Es el nombre que nadie conoce. Me llaman Ubik, pero Ubik no es mi nombre. Yo soy. Yo seré siempre.
Presagios
Desde que
salí del país a principios de mayo una extraña y nueva sensación me comentó
acerca de tu partida. Sabía que tal vez nunca más te volvería a ver o hablar.
Esa última llamada fue quizá el principio de una serie de presagios que me
advirtieron que ese adiós sería el último adiós.
Todo empezó
con el libro Ubik. Aquellas primeras páginas sobre la muerte. De hecho no lo
seguí leyendo pero lo llevé conmigo a Egipto por una simple curiosidad y la
perenne idea de leer algo entretenido en los ratos de ocio. Pero aunque empezó
con Ubik, no fue aquel grandioso libro el que me habló de tu muerte.
Fue esa
extraña sensación que en México llamamos el mal del jamaicón y que en inglés se
conoce como homesickness. Una extraña sensación para alguien que jamás había
sentido algo similar, ni aquella ocasión en que abandonó su patria un largo año
para irse a Londres; una extraña sensación a menos de 24 horas de haber partido
de su tierra natal. Y es que hay de jamaicones a jamaicones. Uno puede extrañar
la comida, los olores, los sabores, y entonces sí, hablando de comida mexicana,
hasta un extranjero podría afirmar haber sentido homesick luego de regresar a
su patria. No era tampoco un extrañamiento de la patria y al mismo tiempo sí.
No era que extrañara a la familia y al mismo tiempo sí. Era extraño. Sólo sabía
a eso, a rareza, lo raro sabe raro.
Y empezaron los presagios. Por alguna razón que me sigue
siendo ajena y desconocida, comencé a pensar en ti en cada cosa que pasaba,
veía, hacía y cómo la hacía. Desde imaginarte conduciendo en Texas cuando
caminaba por Austin y elogiando las virtudes de los Estados Unidos, hasta llegar
a Dubai y ver esa ciudad moderna y bizarra en el medio del desierto y ver pasar
a aquellos árabes con su galabeya blanca prístina y pulcra para luego verles la retaguardia en una intentona de ver aquel hilo de suciedad que me comentaste que viste en un
video cuando te comenté si querías que te regalara una galabiya y me dijiste
que no.
Y el
homesick continuó pero ahora en Egipto, sólo de pensar en la idea de vivir en
la ubicuidad de un país distópico te hace reflexionar de mil maneras en las
sutilidades implícitas de la vida así como de sus grandezas, y esto ya de por
si, de mil y una formas, creo que se podría analizar filosófica, psicológica,
cultural o socialmente, y no dudo encontrar algún indicio esotérico que me
permitió aislar el caos y, entre el caos y la irreverencia desacralizada de la
muerte en un país mayoritariamente musulmán, hacer un poco de espiritista, como
tu mamá, y descifrar las señales. No, no pude. Lo intenté y percibí algo, pero
es precisamente por esto que escribo ahora, con un afán de que esto quede
registrado al menos en bytes, en lugar de dejarlo a la incertidumbre de la
memoria y que, en caso de sentir señales similares, ahora sí, descifrarlas. No
se pierde nada, todo es un volado, pero hasta las palabras aleatorias que
formaba el corrector del teléfono parecían encantadas en hacerme ver que se
avecinaba algo…”tristeza; lágrimas; muerte; adiós; perseverancia” hasta frases
enteras que si bien no recuerdo, a veces daban miedo….y sí, me daban miedo y me
sorprendían porque además de todo me recordaban a Joe Chip comunicándose con su
jefe Runciter y viceversa, como cuando Joe encontraba mensajes de Runciter en
el baño o en la televisión, y como cuando Runciter se revisa los bolsillos y ve
aquella moneda con la cara de Joe.
El sitio
Kom al-Ahmer
es un sitio arqueológico que está demarcado en la actualidad por tierras de
cultivo; al sur un pueblo pobre ha comenzado a engullirlo y al norte un
cementerio islámico, puesto
concienzudamente arriba de uno de los montículos arqueológicos que han
sobrevivido a los años y a los sabakhin. Para acceder al sitio se puede acceder
por el pueblo o por un camino rural que desde el sitio te lleve a Mahmudeya y a
Damanour, y fue por este camino por el que llegué por vez primera a este lugar.
La entrada, como habría de esperarse hablando de premoniciones, es flanqueda
por las “criptas” del cementerio islámico de un lado, y restos cadavéricos de
animales es estado de putrefacción. Un día de tantos en el sitio, realizábamos un mapeo a la entrada del sitio y mi suerte me llevó a reconocer el pequeño bulto envuelto en telas de lo que llegó a ser un infante en brazos de quien posiblemente era su padre, a pedir al señor que creo se encarga del cementerio, de ayudarles con el trabajo de enterrarlo.
El olor de la muerte jamás es agradable, y menos aquel hedor de aquellos costales tirados en el sitio con manchas de sangre y que hacen pensar que bien podrían contener restos triturados de un ser humano que ya no es. Pero en aquellas jornadas de trabajo en donde el viento transportaba los olores del sitio de un lado a otro, no pensé en aquel aroma fétido del proceso de descomposición, pensé en la muerte, la
muerte como algo presente y lejano, pasado y cerca, futuro y probable,
ubicua…la muerte es ubicua y distópica.
[continuará...]
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