Mundo olvidado I y II
Y mientras tanto, los árboles siguen muriendo. Las veces que uno se imagina en el Edén, nunca puede visualizarlo. Carros que se llevan la historia de un país que quiso ser país. El lago que dejó de ser lago, y el pantano sin agua que ahoga las almas. Un mundo sin luz que de hecho está alumbrado se desvanece por el polvo del recuerdo. Eses con hache y basura que alborota los sentidos olfativos, recuerda el rostro de una ciudad que quiso contaminarse. El ahuehuete yo no crece, desierto que aparece.
Para todos aquellos que gustan de conocer nuevos lugares, los invito a conocer escenarios peliculescos, innimaginables. A unos minutos de la gran Ciudad de México, entre la no-provincia y la metrópolis, usted puede conocer este fantástico escenario natural decadente. Aquí las calles no están pavimentadas y los lodazales marcan la temporada de lluvias. En este escenario, la gente respira el hedor dulzón y vomitivo del basurero que se encuentra a unos metros de su colonia. Los automóviles son abandonados en las calles y los terrenos abandonados. Aquí, cuando hace aire, cada habitante es transportado a un mundo de ensueño, de la misma forma que Doroty viajó a Nunca Jamás, sólo que aquí hay muchos Totos y mucho tarugos que hacen de la calle su tiradero favorito. Venga sólo o acompañado, pero de día, porque de noche, su carro puede ser candidato a chatarra. Últimos días, después, tal vez todo sea parecido y esto ya no sea una atracción.
Era la ENAH. Se reconocía fácilmente por su media luna y su auditorio. El auditorio cada día se me figuraba más a la parroquia de San Vicente de Paul en La Perla. En esa ocasión había un evento de feministas que repartían volantes a la salida del edificio principal. En el lagartijero había una congregación de alumnas que exigían un alto al acoso. Entre las escaleras y la entrada principal había una fiesta que parecía rave entre los puestos de garnachas que alimentaban a los estudiantes. El patio central del edificio principal, no era más que una extensión de ese pasillo largo que todos los días tenía cruzaba para dar clases. Bajando la escaleras la vi recargada en el pasamanos. Cuando me vio se espantó. Quise saludarla por instinto, pero sus gestos me hicieron pensar que quería estar lo más lejos de mi. Lucía pálida y vieja. Usaba peluca. Finalmente huyó de mí hacia los puestos de garnachas y yo fingí no conocerla. Era la primera vez en casi dos décadas que no la veía. De regreso a la
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