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Los dioses que fueron hombres

Ayer tuve una epifanía académica. Quizá sea apegada a la realidad, quizá no. Quizá sólo termine como una historia de ficción más. Es sobre el origen de los dioses humanizados. Usteden juzgarán.

Cazar no es faćil. Un hombre cazador, gracil, ágil, perspicaz, ingenioso, astuto, con todo su ajuar y herramientas y armas, cazando un animal más grande qué él. La escena, sólo de pensarla, me eriza la piel. Si no viviera en el siglo XXI, y la misma lluvia me pareciera inexplicable, un personaje como un cazador hubiera sido idolatrado por todo su conocimiento venatorio, deductivo, indiciario, como diría Ginzburg. De su conocimiento dependía la supervivencia del grupo.


Cuando el hombre era más nómada que sedentario, vivía en un mundo cambiante. El clima errático y las temperaturas generalmente muy bajas o muy altas, son cosas que caracterizan al Pleistoceno. No hay periodo de más de quinientos a mil años en que el hombre haya tenido la posibilidad de descubrir o inventar los tesoros que encondía el sedentarismo (agricultura, ganadería, urbanismo, política, etc). El hombre siempre estuvo moviéndose. Sus casas, que más bien parecían refugios, lo acercaban más a su naturaleza animal que aquella humana que hoy arrogantemente nos eleva a un rango por encima de otras especies.

En estos años de movilidad, sin embargo, el hombre ya creaba cosas y ni modo, su cerebro lo hacía diferente de otros animales. Y dibujaba, y creaba herramientas, y creaba sin saberlo quizá, su cosmología. Intentaba explicar ese mundo raro en que vivía. Ese conocimiento se difundía entre los miembros de un mismo clan o banda. Los grupos humanos, cazadores y recoletores, nómadas, migrantes, eran pequeños. Eran pequeñas manadas que se adaptaban temporalmente a una región de la Tierra para que en menos de 500 o 1000 años, la naturaleaza estocástica del Pleistoceno los forzara a seguir moviéndose. Quizá por eso poblaron todo el planeta, en búsqueda de mejores lugares. A diferencia de otros animales, los humanos se pueden adaptar a muchísimas condiciones geográficas y climáticas; al frío y al calor; a la escasez y a la abundancia; a la altura de la montaña o a la bajeza de las costas. No había límites. Buscando el mejor lugar para vivir, terminó el hombre por dispersarse, cual insecto, por toda la superficie del planeta.

Y así vivió miles de años. Cambiando. Sin poder siquiera entender su mundo. Quizá es por eso que atribuía características mágicas a la naturaleza por que no podía entenderla. Pero había hombres y mujeres únicos entre los pequeños grupos. Hombres con conocimiento que permitía la existencia del grupo. Los mejores cazadores, los mejores pescadores, los que se aventuraban a la cima de una montaña o aquellos que inventaban un nuevo artilugio para pescar. Los que sobrevivieron glaciaciones, lo que curaban, los que guiaban al grupo. Y así, ellos, al fin y al cabo, ora por su destreza, ora por ese saber que pocos tenían, pasaban de generación en generación como hombres y mujeres únicos, al punto de convertirse en seres míticos a los que podían incluso atribuirse poderes y características mágicas. Como aquellas que sólo la naturaleza misma tenía.

Los grupos humanos así vivieron, migrantes perennes que conocían sus alrededores de manera esencial pero cuyo conocimiento y permenancia de y en ese mundo eran tan fútiles como efímeros. Uno podría decir que la naturaleza jugaba contra el hombre.

Pero ahora imaginen por un momento otro gran cambio. Único para una de tantas especie gestada en el Pleistoceno. Esa especie adaptable a prácticamente cualquier cambio terminaría por adaptarse al gran cambio que impondría el Holoceno. ¿De qué forma?

Imaginemos a esos hombres y mujeres míticos que guiaron pueblos. Es posible que después de algunas generaciones su memoria quedara en el olvido. Después de todo no había forma de preservarla, salvo por excepcionales figurillas de barro o piedra que llegaron a fabricar. Ahora imaginemos un mundo cambiante, como siempre. Pero que al mismo tiempo está modificando todo lo conocido hasta antes. Un nuevo reto en casi 200 mil años de existencia como humanos. Un reto de adaptación único. Uno donde la astucia, la genialidad y el coraje de humanos selectos elevaría a la especie a niveles inimaginados hasta entonces.

Imaginen situaciones donde todo un grupo de humanos, constantemente huyendo de un clima errático, de pronto se enfrentan a cambios dramáticos y abruptos que sin más terminan por establecer patrones de largo aliento; y al mismo tiempo, en lugares específicos, las condiciones climáticas expulsan al humano de ciertos nichos y terminan por concentrarlos en otros. No es una coincidencia que la gente del desierto creó las primeras civilizaciones y ahí se encuentran los asentamientos más antiguos del mundo. Los humanos que vivían en zonas de pastizal y sabana, en especial aquellas que hoy son grandes desiertos (Sahara y todo Medio Oriente), de pronto vieron su mundo convertirse, literalmente en un desierto.

Dependiento de las condiciones geográficas e inclusive de proximidad a tral o cual recurso, algunos grupos, terminaron por adaptarse a la vida en el desierto, hoy algunos de esos grupos se conocen como beduinos y continuaron su vida nómada. Otros migraron hacia el mar, hacia las costas, y se convirtieron o reprodujeron un estilo de vida previa basado en la pesca y la recolección. Otros migraron hacia regiones más templadas en las selvas o bosques y quizá también reprodujeron su modos antiguos de supervivencia. Otros, terminaron en oasis o valles, donde sólo uno o un par de ríos daban vida en medio de desierto nuevo. Aquí, la adaptación fue singular y de esto hablaré posteriormente en otra entrada. Baste decir que fue singular por ahora.

La singularidad en sentido mítico y religioso, según lo que he dicho, fue a partir de dar a los hombres un nuevo nicho para sobrevivir y luchar por ello. Me explico. Como apuntamos, los líderes y guías de los grupos luego de una generación o varias, según sus aptitudes y hablidades en el grupo los convertían en seres míticos. Por primera vez en la historia de los humanos, existió la posibilidad de reunir en un espacio relativamente pequeño a diversos grupos de diversas historias. Y en cada historia contada, y repetida, de un grupo a otro, de cómo llegaron ahí, de quién los guió y cómo los protegió, muchos grupos reconocieron similitudes, y comenzó a crearse una historia única para todos los grupos en tanto que los protagonistas no existían más y sin embargo, eran uno o dos en todas las historias, las mismas historias. Imaginen pues, un cazador siguiendo a los animales, conociendo su comportamiento. Una recolectora de reconoce que los frutos del pastizal ya no están donde deberían. Imaginen a este par platicando de que los animales están migrando, que los alimentos se están yendo. Su saber venatorio, les advierte. Llaman al grupo a moverse. Se mueven. Encuentran un lugar casi paradisíaco. Pero no están solos, hay diversos grupos ahí. Ahora deben compartir todo. Intentan moverse pero es demasiado tarde, ya no hay vuelta atrás. Su vida se convierte en la búsqueda del lugar idealizado, el paraíso, alimento sin fin. Nichos de superviviencia únicos para el grupo. Imaginen pues, que gracias a esos exploradores/cazadores/recolectores míticos, que logran encontrar riachuelos, nuevas cuevas, manantiales, animales en manada que no huyen despavoridos y son más fáciles de cazar (los animales también migraron, huyendo de ese desierto) todo en ese mundo árido que se acaba de crear (¡en menos de 300 años!); plantas que cada año regresan, fuentes de agua inagotables.

El hecho mismo de haber encontrado un nuevo lugar para vivir, inmortalizaría a los guías, a sus hazañas y al lugar mismo. Inmortalizados por los brujos, ancianos, y los típicos dibujos en la piedra. Pero algo es diferente, pasan 500 años y los dibujos siguen ahí. Pasan 1000 y siguen. Y también siguen los humanos. Y cada año que pasa no sólo inmortaliza al hombre y al lugar, también ambos se elevan al nivel mítico, pero pasan también a otro nivel de memoria colectiva, uno desconocido en donde luego de 1000 años se sigue reconociendo a aquellos seres que nos dieron vida en los peores momentos. Los hombres míticos se convirtieron en dioses, los dioses que dieron vida, los que crearon el mundo.

¿Cómo explica un explorador/cazador/recolector a un grupo de 500 personas que deben irse de donde viven en paz porque ya no se puede vivir ahí, sin saber explicar por qué ya no se puede vivir ahí y de facto, se ha visto un nuevo lugar donde es posible la vida? ¿Cómo explica este cazador al líder del grupo? ¿Cómo interpreta esta información el líder? ¿Quién es el líder? ¿El cazador?

El hombre transformó a sus líderes primitivos en dioses por ignorancia del pasado. Y el pasado, más simple quizá, más pragmático, sólo jugó a su favor. Una banda de humanos, una manada, no creo que sean difíciles de convencer de que hay que irse, porque al final todos serían conscientes de que algo está cambiando, porque al final es parte de su vida. Lo interesante es pensar cómo estos pobladores interpretaron su llegada a nuevas tierras, cómo interpretaron todas sus vivencias, ora astronómicas, meteorológicas, climáticas, y cómo después de varias generaciones se hace registro de estas cosas. Y eventualmente, cómo fue leído este registro por los humanos descendientes ya con un modo de vida relativamente sedentario.

En resumen. El ser humano creó a los dioses sin darse cuenta de que los dioses eran en realidad hombres y mujeres de carne y hueso; personajes únicos, líderes de su generación. Personajes anónimos que cambiaron el rumbo de una incipiente sociedad, cuyas aventuras terminaban perpetuadas en las piedras secas del wadi seco, del manantial que una vez dio vida. La falta de un registro permanente de sus acciones, creaban en cada historia un ser nuevo y más excepcional. El jefe de banda, se convirtió en líder, el líder en un ser poderoso, mágico; el super hombre se convirtió en dios. El dios opacó al hombre y se impuso a él. En menos de 100 años, el teléfono descompuesto de la prehistoria del hombre, creó la religión y con ella toda su cosmología y su parafernalia.

Entonces tampoco es una coincidencia que en un mundo con escritura y un registro de la historia, se reproduzca la religión, pero no los dioses. O que sea tan fácil crear nuevos dioses. En todo caso, habría que investigar por qué hoy pensamos en dioses cuando vemos figuras humanizadas de las religiones antiguas. Pienso, y espero equivocarme, que más allá de la religión y los dioses antiguos, el humano de hoy, es demasiado condescendiente con el humano antiguo, y en su condescendencia, termina por escupirse en la cara. Quizá, Zeus, Osiris, Anubis, Zoroastro o Marduk, fueron personificaciones de antiguos héroes tribales a los que se les atribuyó un poder en el tiempo. Primero mistificados y luego idolatrados, se conviertieron en  símbolos de sabiduría y ejemplo. En la antigüedad, quizá fueron reconocidos como hombres y luego transformados en símbolos. Hoy, para nosotros los vemos como dioses, pero dioses en un sentido tan abstracto para el hombre de ayer, que termina por atrbuirle características super naturales. Un dios, por definición moderna, no es humano. Si es humano es semidios. Pero entonces en cada lengua, ¿cuál sería el origen de la palabra dios? Es posible que su origen no se refiera a algo super natural, sino a algo que por su excepcionalidad, inconmensurabilidad (temporal o espacial), y quizá por el misticismo que envuelve su figura, tiene atributos que no pueden ser comprendidos y entonces "dios" es "lo desconocido" pero que nos hace crecer como hombres, una guía, un líder.

Estas ideas puden explicar las transformaciones que se dan en la religión en los años históricos (léase con registro de eventos sistemático, e.g. escritura), donde se pasa del politeísmo al monoteísmo, o del animalismo/animismo/naturalismo al antropismo. Es decir, de atribuirle características mágicas a diversos actores, animales, objetos o fenómenos, a atribuirle el origen del todo a un ser humanizado o grupo de seres humanizados.

Entonces, no es coincidencia tampoco, que en las sociedades que desarrollaron tempranamente la escritura, exista una tendencia a idolatrar humanoides, y que se haya adoptado tempranamente una religión monoteísta con un dios "humanizado" que al mismo tiempo no sabemos cómo es, pero que en casos como el cristianismo, precedido por un liderazgo fuerte y un grupo de seguidores perseverantes, terminó por hablar de que su líder era hijo del mismo dios y entonces era un dios en sí mismo. En otras religiones, es interesante que el humano es idolatrado como humano y sus enseñanzas constituyen el corpus religioso. (e.g. Budismo o Sintoísmo) En sociedades más avanzadas, el ateísmo es una tendencia, al tiempo que seguimos idolatrando a líderes, y personas y ahora hablamos de gente que influencia y fieles debotos que son sus seguidores. Me pregunto si en 500 años, alguien pensará que la palabra "influencer" por ejemplo, esté ligada a la religión, y que algunas invenciones como el motor, la TV, el Internet, FB o Google, eran como tótems.

Sólo el tiempo nos dirá.

Comentarios

  1. Me pareció muy interesante tu entrada. Me recordó un poco a María Zambrano en El hombre y lo divino:"Esta situación que Hegel llevó a su extremo es la más clara expresión de la tragedia 'humana', de la tragedia de lo humano: no poder vivir sin dioses. Tomemos ahora este término, dioses, en el sentido elemental de una realidad distinta y superior a la humano [...] La liberación de 'lo humano'ha encontrado este escollo, esta resistencia insospechada saliéndole al paso. Lo divino eliminado como tal, borrado bajo el nombre familiar y conocido de Dios, aparece, múltiple, irreductible, ávido, hecho 'ídolo', en suma, en la historia. Pues la historia parece devorarnos con la misma insaciable e indiferente avidez de los ídolos más remotos".
    Si nuestra relación con los dioses se basa efectivamente en la persecución (en un delirio de persecución que se termina convirtiendo en adoración), tal vez podamos soltarnos a tu interpretación y decir que el hombre, al ser perseguido por una fuerza que no comprende y a la vez guiado por las habilidad de un igual que tampoco comprende, convierte ese delirio de persecución en adoración. Una figura humana se equipara a las fuerzas naturales... ¿o las supera?

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    1. Oh! me gustó mucho la frase final y en la que estoy de acuerdo. Me preguntaba si podría usarla para una evento que sobre religión y el origen de los dioses que queremos organizar. Ahí me dices :D Gracias por leer. Hoy me releí y creo que debo corregir un montón de faltas de ortografía y gramática.

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