“¿Acaso de veras se vive en la
tierra? No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.” —Nezahualcóyotl
““ni aun así debía tenerse por grande el
honor humano, pues es humo sin peso alguno” — Agustín de Hipona V.17
Hablando de
historia comparada, lo que estamos presenciando ahora es la división de facto del Imperio estadounidense. Uno en
Occidente (los propios EE. UU.) y otro en Oriente (el reino de Israel). En
cierto sentido, hay dos emperadores estadounidenses: estamos en una Diarquía
(otra vez). Porque, seamos honestos: Israel tiene más privilegios y mejores
beneficios que cualquier otra provincia del Imperio Occidental (los estados), y
Netanyahu, siendo presidente, posee más poder y prerrogativas que cualquier otro
político o gobernador estadounidense, convirtiéndose de facto en un César de segunda (todavía no
Augusto —posiblemente, una vez que el “Gran Israel” se consolide, hasta podríamos entrar en
una Tetrarquía, aunque lo dudo mucho).
Y así, los dos
emperadores intentan gobernar el Imperio. Aquí debería terminar la analogía… ¿o no? Roma
nunca sanó tras la partición de Diocleciano; Occidente se pudrió desde dentro
mientras Oriente resistió como Bizancio. Después vinieron el caos y las nuevas
entidades devorando el cadáver imperial: Bizancio, los mongoles, los omeyas y
los abasíes.
Mientras tanto,
en América, África, Polinesia, Micronesia y el Sudeste Asiático, se desplegaban
historias distintas, pero igual de extraordinarias: en América, el gobierno corporativo de Teotihuacan (hasta ca. 550 d. C.) —élites colegiadas y barrios
multiétnicos— dio paso a las ciudades-estado
mayas del
Clásico y Posclásico temprano (ca. 450–1200), que guerreaban, comerciaban y pactaban; más
al sur, Chan Chan (ca. 900–1470) montó una logística imperial en pleno desierto. En África, el Sahel y el valle del Níger vieron emerger Mali (ca. 1230–1600), dueña de rutas transaharianas de oro y sal,
mientras las ciudades
yorubas —Ife (ca. 1100–1400) y Oyo (desde ca. 1300)— consolidaron redes urbanas,
manufacturas y autoridad regional. En el océano Índico occidental, el Cuerno de África y el estrecho de Bab el-Mandeb unieron el mar Rojo con el Golfo Arábigo/Pérsico: Zeila, Berbera y Mogadiscio (ca. 900–1500) comerciaron con Adén, Sohar, Siraf y Ormuz (ca. 800–1500), y con los litorales del Valle del Indo entendido como Sind y
Guyarat —Debal/Thatta, Bharuch, Khambhat (ca. 800–1500). Era un capitalismo mercantil de velas latinas, normas consuetudinarias y ciudades-puerto que Roma ni siquiera supo
cartografiar. En Polinesia, la red tu‘i tongana (ca. 950–1500) articuló hegemonías marítimas y
tributos entre Tonga, Samoa y más allá; Hawai‘i (ca. 1000–1200), Rapa Nui (ca. 1200–1250) y Aotearoa (ca. 1200–1300) se poblaron con canoas de doble casco y gobernanza interinsular. En Micronesia, Nan Madol (ca. 700–1600) funcionó como complejo político-ceremonial
centralizado, mientras Yap (ca. 1000–1500) sostuvo un sistema regional de tributos y rutas (incluida la piedra-moneda rai).
Pero Washington
no es Roma, ni Estados Unidos es el Imperio romano. Esa analogía funciona sólo en
parte. Desde la caída de Roma, muchos han reclamado su herencia: Carlomagno
coronado en el año 800 como nuevo emperador; Bizancio como “Roma de Oriente”
hasta 1453; Moscú proclamándose la “Tercera Roma” tras la caída de Constantinopla;
los Reyes Católicos recibiendo —aunque sin usarlo— el título de emperadores de
Constantinopla; y el mismo Imperio otomano, que con Mehmed II quiso reconstruir
la Roma universal desde Estambul. Incluso el Risorgimento italiano del
siglo XIX soñó con restaurar aquella continuidad. Pero la analogía sobre la
sucesión de Roma no es nueva ni se inventa a la caída de la Roma itálica. San
Agustín (Agustín de Hipona) en la Ciudad de Dios hablaba de Babilonia como la
primera Roma y de Roma como la segunda Babilonia. Washington, con sus templos
neoclásicos y un Capitolio que evoca al Senado romano, es apenas el último
capítulo de esta obsesión: un imperio que, más que territorial, es económico,
financiero y tecnológico. Un imperio del capital.
Y aquí aparece el verdadero
problema: la persistencia del mito de la Roma Eterna. Durante siglos, Europa imaginó que sólo podía
existir un centro legítimo de poder, heredado y translatado, como si la
historia mundial fuera una sola línea que parte de Roma y debe preservarse a
cualquier costo. Esa obsesión llegó hasta la cultura popular: en la ciencia
ficción, Asimov imaginó en La
Fundación un
Imperio Galáctico que es, en realidad, una Roma interestelar cuya caída debe
ser contenida; Silverberg, en Roma
Eterna, ensayó la
ucronía de un mundo donde Roma nunca cayó, como si todo progreso dependiera de
mantenerla viva. Esa narrativa es profundamente eurocéntrica: reduce la
pluralidad de experiencias humanas a la sombra de una sola civilización y
olvida que hubo mundos tan o más sofisticados —del Sahel al altiplano andino,
de Polinesia al valle del Indo— que inventaron otros órdenes posibles.
Lo irónico es que incluso
hoy, en pleno siglo XXI, proyectos políticos que pretenden desafiar a Occidente
imitan el modelo romano: imperios centralizados, líderes personalistas,
capitales monumentales. Pero esa no es la única opción. La literatura crítica
ofrece espejos distintos: Ursula K. Le Guin, en The Dispossessed o Always Coming Home, imaginó sociedades anarquistas o
descentralizadas que rehúyen el patrón imperial; Margaret Atwood, en The Handmaid’s Tale o la trilogía MaddAddam, mostró cómo los mitos de poder y religión
pueden reciclarse en distopías, cuestionando la idea de que un imperio es
inevitable. Frente al mito de Roma Eterna, estas voces recuerdan que la
humanidad no necesita un solo espejo: puede inventar muchos.
Y lo mismo ocurre
hoy. Mientras
la sociedad capitalista “occidental” zurce la cohesión con OTAN, FMI y
“alianzas de valores”, medio planeta ya se movió. América Latina busca autonomía —bancos regionales,
integración energética y fiscal—, mientras el MST en Brasil y los zapatistas en Chiapas recuerdan que la
soberanía también se construye desde abajo. África central mira al Este; India y el Sudeste Asiático laten con “China+1”; y China reescribe reglas con puertos, trenes, chips y estándares técnicos que hacen al dólar menos único. Wallerstein hablaría de bifurcación: agotamiento del capitalismo y
posibilidad “utopística” de arreglos más plurales. Nepal ya tuvo su ruptura. El Sur no toca la puerta: rediseña la casa.
El cambio llegará. Como el
campo magnético, el poder se reacomoda. Del Norte al Sur, de Europa (y ’Murica)
a Asia, los polos se invierten. Y así como los “bárbaros” tomaron Roma y mil
años después sentaron las bases del capitalismo mercantil para dominar el
mundo, los sureños —para bien o para mal— heredarán la Tierra. Ya están dentro de las murallas.
La diarquía es síntoma. El
declive, patrón. La historia prepara su ironía —más rápida, más ruidosa, a
escala planetaria.
Historia y Arqueología
- Braudel, F. (1981). Civilisation matérielle, économie et
capitalisme, XVe–XVIIIe siècle (Vols. 1–3). Paris: Armand Colin. [Disponible
en inglés: Civilization and Capitalism (Harper & Row, 1982)].
→ Obra monumental sobre el surgimiento del capitalismo y las estructuras de larga duración. - Hobsbawm,
E. (1987). The Age of Empire: 1875–1914. New York: Pantheon Books.
→ Clásico sobre la expansión imperial europea en el siglo XIX. - Manzanilla, L.
(1999). Teotihuacan: Economía y sociedad de una ciudad prehispánica.
México: UNAM.
→ Análisis del modelo corporativo de Teotihuacan, clave para contrarrestar la obsesión con Roma. - Said, E.
(1978). Orientalism. New York: Pantheon Books.
→ Crítica al eurocentrismo en la construcción de “Oriente” como alteridad dominada. - Galeano, E.
(1971). Las venas abiertas de América Latina. Montevideo: Siglo XXI
Editores.
→ Historia político-económica de la dependencia latinoamericana. - de Vos, J.
(1994). La paz de Dios y del Rey: La conquista de la Selva Lacandona,
1525–1821. México: FCE.
→ Ejemplo de mirada crítica sobre la conquista y las continuidades coloniales en América.
Economía, Política y Teoría del
Sistema-Mundo
- Wallerstein,
I. (2003). The Decline of American Power: The U.S. in a Chaotic World.
New York: The New Press.
→ Expone la idea de “bifurcación” y el fin del ciclo estadounidense dentro del sistema-mundo. - Luxemburg,
R. (1913). The Accumulation of Capital. Berlin: Buchhandlung Vorwärts.
→ Texto marxista clave sobre el imperialismo y la expansión capitalista. - Frank, A.
G. (1998). ReOrient: Global Economy in the Asian Age. Berkeley:
University of California Press.
→ Replantea la historia económica mundial desde un eje asiático. - Chomsky,
N. (2003). Hegemony or Survival: America’s Quest for Global Dominance.
New York: Metropolitan Books.
→ Crítica contemporánea a la hegemonía estadounidense como fase imperial. - Bonfil Batalla,
G. (1987). México profundo: Una civilización negada. México:
SEP/Cultura.
→ Análisis del colonialismo interno y la resistencia cultural indígena en México.
Literatura, Ciencia Ficción y Crítica
Cultural
- Asimov,
I. (1951–1993). Foundation series. New York: Gnome Press /
Doubleday.
→ Novelas que popularizan la idea de Roma como Imperio Galáctico cuya caída debe ser contenida. - Silverberg, R.
(2003). Roma Eterna. New York: HarperCollins.
→ Ucronía donde Roma nunca cayó, ejemplo del mito de la “Roma eterna” en la ficción. - Le Guin,
U. K. (1974). The Dispossessed. New York: Harper & Row.
→ Ficción especulativa que imagina sociedades anarquistas como alternativa al modelo imperial. - Le Guin,
U. K. (1985). Always Coming Home. New York: Harper & Row.
→ Antropología ficticia de una sociedad futura descentralizada y ecológica. - Atwood,
M. (1985). The Handmaid’s Tale. Toronto: McClelland &
Stewart.
→ Distopía que muestra cómo mitos de poder y religión se reciclan en tiranías modernas. - Atwood,
M. (2009). The Year of the Flood. New York: McClelland &
Stewart.
→ Parte de la trilogía MaddAddam, donde el colapso corporativo reemplaza al imperialismo clásico.
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