El sueño comenzaba en el Centro o en Chapultepec quizá, tal vez entre Insurgentes y Viaducto. Todo era diferente. Había agua. Ríos y canales surcaban la ciudad. Le gente disfrutaba de las olas en una playa hermosa. Los mamíferos acuáticos, las aves y los peces, hacían de las suyas en un río hermoso que corría por toda la ciudad y se perdía en un paisaje encantador que se fundía con el verde provinciano a unos cuantos minutos de haber dejado el corazón de la capital. Ahuejotes brillantes flanqueaban la escena hipnotizante, donde rápidos y pequeñas cascadas delineaban los detalles rocosos de aquel río inquieto. Una trajinera deportiva -transporte común y corriente- se balanceaba entre remolinos y caídas de agua para deleitar a los pasajeros en aquel precioso paraje.
Una memoria que nunca existió aparecía en la mente y recordaba cómo cuando era niño, acostumbraba transitar por aquellos lugares. El tono solarizado-sepia-technicolor de aquella imagen que nunca existió, se perdía entre las imágenes vivas de aquellos puentes que cruzaban toda la ciudad. Puentes viejos y hermosos, casas de mil estilos, chilangos echándose un chapuzón.
Una memoria que nunca existió aparecía en la mente y recordaba cómo cuando era niño, acostumbraba transitar por aquellos lugares. El tono solarizado-sepia-technicolor de aquella imagen que nunca existió, se perdía entre las imágenes vivas de aquellos puentes que cruzaban toda la ciudad. Puentes viejos y hermosos, casas de mil estilos, chilangos echándose un chapuzón.
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