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#BitácoraDeViaje Días 10 a 15. Omnipresencia

Pasaron muchas cosas en muy poco tiempo. Tantos nuevos lugares y tantas cosas que hacer, que casi ocho meses después de ocurridos los eventos a partir del 10 de Abril a penas escribiré sobre los 10 días después de esa fecha. Desgraciadamente todo saldrá de mi mala memoria, pero afortunadamente apoyándome con las fotos o videos y eventos de agenda para que la sucesión de eventos tenga un orden cronológico.

Dicho lo cual, algunos eventos, vivencias y relatos pueden no hacer honor a la verdad, no al 100% al menos. Como arqueólogo yo sí creo que existen muchas realidades perceptuales y lo que uno debe tener siempre en cuenta es no perder la brújula de la verdad y la congruencia, y evitar alejarse de la realidad percibida naturalmente factible. Por ejemplo, yo desde un avión he visto las estrellas, auroras boreales, otros aviones, amaneceres y atardeceres, paisajes hermosos, infraestructuras humanas impresionantes, etcétera; pero jamás he visto OVNIs que vuelen junto a nosotros, un monito que se coma el ala del avión, los anillos de Saturno o aves volando a 40 mil pies de altura. Entonces, si de pronto en mis relatos la ironía raya en el absurdo, o mis dichos parecen sacados de una caricatura, háganmelo saber porque eso de seguro no pasó.
Aurora borealis I
Pues bien, en el episodio anterior platiqué de mi visita a El Paso, Texas luego de cruzar el puente Paso del Norte desde Ciudad Juárez, Chihuahua. Ahí tomé un autobús Greyhound hacia Albuquerque que viajaba de noche y llegaba en la madrugada. Ahí en Albuquerque me estaría esperando el novio de Mariana, una querida amiga chamorra que está haciendo su doctorado en la Universidad de Nuevo México y que además me daría posada durante la conferencia de los SAA.

Para los SAA fuimos convocados por el doctor Gerardo Gutiérrez Mendoza, el director de tesis de mi licenciatura, jefe y amigo. Debo confesar que los SAA no me gustan, es una conferencia muy grande. Miles de asistentes dándose la vuelta por el centro de convenciones en turno, y cuyos propósitos primordiales son turistear y socializar académicamente, lo que en el argot anglosojón se conoce como "networking".  No es que lo uno o lo otro esté mal, pero la conferencia es tan grande como la individualidad de los asistentes (por no decir egoísmo). En una, por ejemplo, en Vancouver, Canadá, mientras fumaba un cigarro en la calle contigua al centro de convenciones, pensando en la inmortalidad del cangrejo, vi de frente a un amigo de la universidad (mi universidad en realidad se llama ENAH, Escuela Nacional de Antropología e Historia, pero me gusta pensar y decir que fui la universidad). Lo saludé efusivamente, porque hace años que no lo veía y él, aparentemente más sorprendido que yo, me preguntó —¿qué haces aquí?—, y yo, sólo porque estaba demasiado relajado y sin ánimos de joder con mi sarcasmo chingaquedito, espeté cansadamente con un simple —ya ves, aquí echando la güeva—, frase que por lo demás suelo usar genéricamente en cualquier ocasión, pero la verdad tenía ganas de decirle algo como —Bueno, yo vivo aquí en Vancouver, soy barrendero, pero prefiero perder el tiempo frente al centro de convenciones viendo cómo hubiera sido mi vida como antropólogo mamón atendiendo los SAA. La pregunta es, ¿qué haces tú aquí? Pensé que sólo venían arqueólogos chingones a esta conferencia—. Pero me abstuve. La verdad es que estaba muy relajado.
Chapel of Our Lady of Guadalupe 1:5
Bueno, pues este ejemplo es sólo una muestra del comportamiento de quienes conocí en otra vida, pero que por azares del destino te los encuentras en los SAA. En Albuquerque no tuve encuentros así de estúpidos, pero algo que es común en los SAA es que cada sesión es un mundito. Entonces la gente sólo convive con la gente de su sesión (y no siempre), y aunque conozcas a más personas en la conferencia siempre se comportan como desconocidos. Todo mundo ya tiene planes y en ninguno cabes si no fuiste considerado con meses de anticipo. En los SAA no hay espacio para el solaz, la incertidumbre ni para la improvisación, ya sea a nivel social, académico, o inclusive durante las acartonadas presentaciones de 15 minutos que no admiten sesión de preguntas. En nuestra sesión creo que nos fue bien, hubo gente interesada en nuestras charlas y aunque tuvimos un problema con Dropbox y la presentación final de PowerPoint, porque nunca se actualizó y usamos la versión primigenia, todo se resolvió.
En mi caso, como suele ocurrir en los SAA, siendo que soy como un lobo solitario, me organicé para mi mismo unas micro visitas por Albuquerque. Así que fui a dar el rol por el Pueblo Viejo, ir con la Bad Candy Lady por unos gramos de cristales azules de azúcar, un hotdog de Dog House Drive In y pasar de rápido por Java Joe's. La verdad es que andaba corto de dinero y mi turisteada fue tan reducida como mi paso por Albuquerque, en donde sólo estuve un par de noches. Literalmente, sólo tenía intención de presentar la ponencia y regresar a México. Mi intención era simple desde Inglaterra. Voy a los SAA sólo si voy a México, y si voy a los SAA no debo gastar más de 3 mil pesos. Era como un reto. Y lo logré, y valió la pena.
Dog House
Pues bien, otra madrugada, Mariana, acompañada de Erik, un compa que conocí en México que estudia en Colorado, me hizo favor de llevarme a la estación de Greyhound y partí a El Paso. En el Paso ya había visitado varias cosas, entonces, luego de llegar a dicha ciudad me fui directo al Memorial del Chamizal y crucé la frontera por el puente de las Américas. Es súper interesante y diferente el regreso. Para empezar nadie, absolutamente nadie te frena el paso hacia México, es completamente libre. Ni siquiera hay un agente fronterizo que revise si entras con pasaporte. Es más, yo en mi mochila podría haber traído armas, explosivos, droga, un riñón o incluso una cepa de un virus que acabaría con los mexicanos, pero nadie me dijo nada, ni siquiera un perro te ladra, y miren que después de cruzar ya hay perros ferales. Pues bien, el retorno fue tan confuso que me animé a entrar a la solitaria oficina de migración mexicana para preguntar pues básicamente qué pedo. Y la señorita que me atendió, muy amablemente, me dijo que efectivamente debía dejar mi papelito de permiso de entrada con los agentes fronterizos gringos, y que para ello tenía que volver a cruzar el largo puente que acababa de cruzar pero por el otro lado del puente, como si quisiera ingresar de nuevo a Gringolandia; y que era importante hacerlo porque si no queda como falta administrativa y podría tener problemas en el futuro al querer ingresar a los Gringolates States. En fin. Pues lo hice y todo, y salvo cruzar el puente, el proceso básicamente es avisar a los gringos que ya te fuiste de su país; pero si en verdad hubiera tenido cosas ilegales en mi mochila ya estarían circulando en México para entonces porque parece que a los mexicanos no les interesa si entras o no a México, al menos no desde Gringolandia.

Ya en Juárez, quería ir a la Plaza de la Mexicanidad para ver de cerca la escultura gigante que desde el Memorial del Chamizal se veía. Ese monumento gigante es conocido como la X de Sebastián. Oficialmente, la escultura es de más de sesenta metros de altura y fue diseñada por Enrique Carbajal González Santiván, oriundo de Camargo, Chihuahua y mejor conocido como Sebastián; es autor de obras como el Caballito de Bucareli y Reforma, o el Coyote de Neza. La plaza en donde está, que igualmente enorme, se encuentra a un lado del río Bravo, a unos cientos de metros del famoso Parque El Chamizal, el único territorio que los Gringos han regresado e México de todos los que se han robado/colonizado/adquirido.

Pues fui al Chamizal, sólo para emprender mi regreso al centro de Juárez. Ya a este punto estaba hambriento y cansado.  En mi camino encontré un puesto de carnitas que se mostraba como un espejismo en medio del desierto de Chihuahua. Sin embargo, si bien no eran los peores tacos de carnitas que he probado, sí que eran de los más desangelados que he probado. No había cebolla, no había cilantro, no había piña, no había nada qué ponerles excepto una salsa roja medio insípida. Pero quizá el atentado más grande contra la delicia gourmet que pueden llegar a ser los tacos de carnitas, era que me las recalentaron en el horno de microondas y cuando pregunté si tenían nana o buche, por un momento pensé que hablaba otro idioma. Como sea, ora porque tenía hambre y calor, ora porque ya estaba cansado y fue lo único que encontré para comer, los tacos de carnitas con el refresco de cola no me supieron tan malos.
Monumento a la mexicanidad desde El PasoEste es un pequeño slideshow o presentación de varias fotos, da clic en las flechas hacia ambas direcciones para ver varias fotos de la frontera, incluyendo el Monumento a al Mexicanidad, el Memorial del Chamizal o algunos murales en Juárez y el Paso.

Continué mi recorrido y caminé por las calles del centro en busca del famoso autobús azul que días atrás me recomendó el taxista recién había llegado a Juárez, y que me costaría menos del 5% de lo que el taxi costó. Lo encontré y lo primero que pasó por mi cabeza fue una sensación de tristeza increíble. Era inaudito que el transporte público de Juárez fuera tan deplorable, sobre todo comparado con el que existía a unos kilómetros más al norte, en el Paso. Si alguno de ustedes ha viajado en guajolojet, que en Nezahualcóyotl o Chimaulhuacán conocemos como "Chimecos", sabrán que no por folclórico deja de ser extremadamente indignante. Bueno, pues los autobuses de Juárez son del mismo tipo de camión pero el interior es aun más deprimente. Para empezar, noté que son autobuses escolares de desecho de los Estados Unidos, efectivamente, creados para niños y jóvenes, los asientos son pequeños y el techo bajo, y porque son desechos del norte, son viejos y ruidosos y contaminantes. La gran diferencia es que no sentí inseguridad del tipo, "este cabrón nos va a chacalear". Otra diferencia es que cada ruta tiene una cromática diferente, esto es bueno y malo: bueno porque yo literalmente busqué los autobuses azul claro, sin importar el derrotero o número, además de que es muy gracioso ver esos autobuses de colores por toda la ciudad; malo porque como bien sabemos, los íconos y los colores son invenciones para un pueblo analfabeta, por un lado, y por otro, porque no hay una imagen homogénea del transporte público, y salvo que vivas en Juárez tardas un poco en diferenciar entre el autobús verde olivo del verde con amarillo, o del azul claro con franjas azul marino contra el azul marino con franjas azul claro. Y hay negros y amarillos y rojos y morados.
Ciudad Juárez, camión amarillo
En fin, tomé el ex-autobús-escolar/chimeco/guajolojet, y me tomó poco menos de una hora llegar al aeropuerto, lo cual está excelente porque con el taxi, que cuesta 300 pesos, hice casi 30 minutos, y el autobús te deja enfrente de la entrada del aeropuerto, sólo caminas unos doscientos metros y listo, y cuesta 10 pesos.

Ese día caminé casi 30 kilómetros, casi literalmente en el desierto chihuahueño (¿o chihuahuense?). Estaba molido, pero acordé ir a una fiesta ese mismo día. Así que llegué a la moderna Tenochtitlan y así como me bajé del avión, tomé un taxi a Coyoacán para irme a convivir un poco con la compa Andrea, y el Nando y la Bere. Podrido, cansado, y dorado por el sol del desierto, disfruté ni modo de la compañía de mis compas y mi cuerpo tenía una energía extra como para seguir la pachanga en casa de la Bere unas horas más al ritmo de la madrugada. Al día siguiente, fuimos a curarnos la cruda con unos tacos de barbacoa y un consomé, cosas que no había comido en casi un año, ergo, me supo a gloria. Según Nando y Bere yo seguía borracho cuando fuimos a desayunar. La verdad que no me sentía borracho aunque hubiese actuado como tal; creo que estaba súmamente cansado y feliz, y como lo dije en mi publicación anterior, ser feliz te vuelve estúpido, entonces mi estupidez fue potenciada por el alcohol y la falta de sueño acumulada.
Esculturas de los Coyotes Hambrientos

Regresé a Neza, dormí un poco y por fin descansé.  Una semana después tomé una foto del Coyote de Sebastián, que también es rojo. Es increíble lo unido que está el mundo moderno y lo cerca que estamos, casi topológicamente. Las distancias ya no significan mucho. De algún modo vivimos dentro de un TecnoNúcleo al estilo de Dan Simmons, y somos teleyectados, ora literalmente por medio de aviones, trenes o coches, ora figurativamente, por medio del chat, y las fotos y videos que compartimos. Porque en cada foto, cada video, cada mensaje de voz o texto, transmitimos a miles de kilómetros una parte de nosotros, de nuestras vivencias, de nuestro ser. Es como cuando Borges habla de la inmortalidad, en este caso, entiendo la inmortalidad como la transferencia de la vida a medios no biológicos; por tanto, ser teleyectados o teletransportados no implica transferir espacialmente nuestro cuerpo biológico instantáneamente por medio de una codificación cuántica del mismo, así:
Lo importante es la inmortalidad. Esa inmortalidad se logra en las obras, en la memoria que uno deja en los otros. Esa memoria puede ser nimia, puede ser una frase cualquiera. Por ejemplo: «Fulano de tal, más vale perderlo que encontrarlo». Y no sé quién inventó esa frase, pero cada vez que la repito yo soy ese hombre. ¿Qué importa que ese modesto compadrito haya muerto, si vive en mí y en cada uno que repita esa frase? Lo mismo puede decirse de la música y del lenguaje. El lenguaje es una creación, viene a ser una especie de inmortalidad. Yo estoy usando la lengua castellana. ¿Cuántos muertos castellanos están viviendo en mí? No importa mi opinión, ni mi juicio; no importan los nombres del pasado si continuamente estamos ayudando al porvenir del mundo, a la inmortalidad, a nuestra inmortalidad. Esa inmortalidad no tiene por qué ser personal, puede prescindir del accidente de nombres y apellidos, puede prescindir de nuestra memoria ¿Para qué suponer que vamos a seguir en otra vida con nuestra memoria, como si yo siguiera pensando toda mi vida en mi infancia, en Palermo, en Adrogué o en Montevideo? ¿Por qué estar siempre volviendo a eso? Es un recurso literario; yo puedo olvidar todo eso y seguiré siendo, y todo eso vivirá en mí aunque yo no lo nombre. Quizá lo más importante es lo que no recordamos de un modo preciso, quizás lo más importante lo recordamos de un modo inconsciente.
Para concluir, diré que creo en la inmortalidad: no en la inmortalidad personal, pero sí en la cósmica. Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos.
Jorge Luis Borges, La inmortalidad, Borges Oral, Buenos Aires, 1979
Pues eso, que somos inmortales, pero también omnipresentes. Si tu me lees estaré a tu lado y me acompañarás en mis aventuras, las odiarás o amarás, te divertirán o aburrirán. Pero lo  realmente importante es que cada que me lees o ves las fotos o videos que comparto, tu regresas a mi pasado y yo viajo a tu presente.


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