Fue un día especial en la vida de Macedonio. Cuando despertó de aquel letargo tan inconmensurable se vio envuelto en llamas azules que refulgían con más intensidad que el mismo sol. Pero aquello no era un astro. Macedonio notó que la llama intensa se desvanecía conforme se incorporaba y en su lugar millones de estrellas blancas, rojas y azules, salpicadas sobre un manto negro con manchones morados, aparecían por aquí y por allá. Se veían tan cerca que Macedonio creyó por un momento que podría alcanzar alguna. De pronto, aquellos infinitos puntos se juntaron a gran velocidad formando un cúmulo brillosísimo que crecía alarmantemente. Lo que en un principio parecían millones de estrellas, pronto formarían una masa informe que parecía agua suspendida en el espacio ingrávido. Macedonio sintió una inexplicable atracción hacia el objeto y, como si flotara, se acercó poquito a poco y se sumergió en esa gota inmensa que pronto lo enguyó como un cocodrilo lo haría con su presa.
En la Tierra, un carro alargado recorría una avenida importante y la lluvia caía con intensidad. Algunas personas esperaban al vehículo en una casona lúgubre. El carro aparecía entre las grandes coronas que adornaban el lugar e intentaban alegrarlo con flores. Lamentos desgarradores amortiguaban el sonido igualmente desgarrador de decenas de coches que circulaban por doquier, manejados por frenéticos conductores que horas antes eran devorados por cientos de mililitros de alcohol y fumaban el humo tóxico de millones de motores y cigarrillos de mariguana y tabaco. Hoy es un día trágico en la muerte de Macedonio.
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